El equipo de Kerry Ressler y Brian Dias encontró que cuando un ratón, macho o hembra, aprende a tener miedo de un cierto olor, por asociarlo al peligro a través de experiencias negativas, sus crías serán más sensibles a ese olor, a pesar de que dichos animales nunca antes lo hayan percibido.
Tanto madres como padres pueden transmitir a sus hijos o hijas esa sensibilidad aprendida hacia un olor, pero el mecanismo solo funciona si la paternidad o la maternidad son biológicas, ya que se ha comprobado que las madres no pueden transmitirlo a sus crías adoptivas, lo que demuestra que la sensibilidad no se transmite por la interacción social.
En los experimentos, las futuras madres aprendieron a temer a un olor antes de (y no durante) la concepción y el embarazo.
La herencia de esta información (que ese olor está asociado a algo peligroso) tiene lugar incluso si las crías son concebidas mediante fertilización in vitro, y la sensibilidad al olor considerado peligroso incluso aparece en la segunda generación (nietos y nietas). Esto indica que, de alguna manera, la información sobre la conexión entre un olor y una experiencia negativa se transmite a través de los óvulos o incluso de los espermatozoides.
Una unidad funcional de procesamiento de olor en el bulbo olfativo del cerebro. Las fibras azules representan las proyecciones sensoriales hacia la unidad de procesamiento de olor, que tiene un diámetro de aproximadamente 50 micrómetros
Al respecto de esto último, se ha constatado que el ADN de los espermatozoides del ratón padre que ha aprendido a temer un olor se altera para acoger la nueva información genética. Esta modificación es un ejemplo de alteración epigenética, o sea una alteración genética que no se transmite mediante cambios en la secuencia genética de "letras" del ADN, sino esencialmente mediante cambios en la expresión de los genes.
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